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Sin clientes, no hay sustento: la difícil situación de las trabajadoras del sexo en plena pandemia por COVID-19

Llobeth tiene 56 años de edad y padece de la presión alta. Para eso no le queda más remedio que…

Por Paula Umaña

Tiempo de Lectura: 4 minutos
Sin clientes, no hay sustento: la difícil situación de las trabajadoras del sexo en plena pandemia por COVID-19
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Llobeth tiene 56 años de edad y padece de la presión alta. Para eso no le queda más remedio que comprarse unas agüitas de pipa, de vez en cuando, si no tiene para las pastillas, que es la mayoría del tiempo.

No tiene seguro y por ende la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) no le brinda los medicamentos que necesita.

Trabaja cerca de Shirley, una mujer un poco más joven y con una expresión oral particular, como quien dice, “a calzón quitao”. Su salud está bien, pero su mayor urgencia -al igual que Llobeth- en este momento es la vivienda. Por necesidad, reside en un cuarto por el que le cobran ¢8 mil la noche, y en época de pandemia, el pago se pone aún más cuesta arriba.

Ambas se dedican a lo mismo, son trabajadoras del sexo en las calles de la “zona roja” de San José y la pandemia, al igual que a otros sectores económicos de los que mucho se habla en la prensa y exigen al Gobierno, las ha golpeado fuerte y sin compasión.

“Los clientes ya no bajan. Hace una semana que no hacemos ni un cinco. Estamos mal”, contó Llobeth, quien se dedica al oficio desde los 12 años.

Pese a que intentó estar en cuarentena absoluta por su condición de salud, que se le suma a lo que ella llama como una “pata chueca” (dolor de rodilla), la realidad pega en la cara: hay que pagar la comida y la vivienda.

“A mí llegan y me preguntan qué salgo hacer si no hay nada en la calle. Diay, algo me hago, a mi Dios algo me va a reparar; yo pago la casa y el agua, la luz y la comida”, señaló Llobeth. 

“Tengo que salir quiera o no quiera. Por más que me quiera proteger, en algún momento, primero Dios no sea así, va a aparecer una persona que, como se dice vulgarmente, se va a cagar en la vida”, agregó. 

Aunque los clientes no son ni comparados a los que llegaban en época de pre-pandemia, Shirley también tiene que seguir saliendo a las calles de San José para conseguir el sustento. “Hay que seguir sobreviviendo”, dijo. 

A su pareja le rebajaron la jornada laboral. La última vez que El Observador conversó con Shirley, les hacía falta 50 mil colones para pagar un pequeño apartamento en San José.

También contó que a una de sus compañeras, que vive en Alajuelita, ya le pidieron el cuarto donde reside ante la imposibilidad de pagarlo.

“De lo malo que está, ella no podía pagarlo y si pagaba el cuarto no comía”, relató. A muchas, no les queda más que calle, mientras consiguen algún otro espacio donde dormir. 

Esa es la realidad de muchas de las trabajadoras de la zona roja, a quienes Shirley y Llobeth aseguran que han sido abandonadas por toda la sociedad, incluyendo la institucionalidad del país.

Por ahora, ambas cuentan con techo, pero la situación es incierta y podría agravarse si continúa como en las últimas semanas.

Pese a que la situación ha sido complicada para miles y miles de costarricenses en los últimos tres meses, muchas personas han podido acceder a ayudas como el bono Proteger; ellas no.

Aunque cada vez más la población se atreve a salir a las calles, los últimos tres meses han sido duros para las trabajadoras sexuales quienes han visto disminuidos sus clientes (foto: Alonso Solano).

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Precios de humillación

Al contexto de calamidad se le suma la violencia que ejercen muchos de los clientes sobre las trabajadoras sexuales, que va más allá de lo físico y pasa al plano simbólico y económico. Muchas mujeres, por necesidad, aceptan el precio que sus clientes están dispuestos a pagar, aunque sea una miseria. Así lo cuentan Llobeth y Shirley.

Además de la significativa disminución de los clientes, que ya afecta directamente lo económico, Shirley cuenta que algunos de los que llegan quieren aprovecharse de la situación actual y pagar menos por el servicio. En su caso, no lo permite.

“Yo pongo precio, usted verá si lo toma o lo deja. Pero volvemos al caso, la situación, en la zona roja… hay personas que se dan por muy poco dinero. Entonces se malacostumbran a pagar un precio menor y ponerle precio a la persona, a uno, incluso hasta los ofenden porque llegan y le dicen le doy ¢2.000 o ¢2.500”, contó. 

“Es cierto que soy prostituta, pero mi dignidad vale más que ¢2.500 colones”, agregó con plena seguridad. 

Esperanza en el aire

Tanto Llobeth como Shirley son atendidas en Casa Esperanza, una organización cristiana que además de asistirlas en el ámbito psicológico, les tiende una mano de afecto y compañía.

También las capacita, por ejemplo, en costura, para que puedan contar con algún otro tipo de ingreso. Ahora con la pandemia, la ayuda no ha parado y Casa Esperanza intenta en la medida de lo posible ayudarle a algunas chicas de la zona roja con alimento.

También continúa la ayuda psicológica y el asesoramiento para evitar riesgos más incrementados de contagio del virus Sars Co-V2.

En medio de esta pandemia, la protección ante el COVID-19 es una preocupación más en cuanto a las enfermedades que pueden transmitirse en la actividad sexual.

A diferencia de los otros sectores formales, a los que se les exige un protocolo para poder operar, la prostitución, bajo la informalidad, no tiene medidas sanitarias.

“Desde la teoría tratamos de darles toda la información y los protocolos para cuidarse de un posible contagio. Ellas intentan decirle al cliente que se lave las manos y que en lugar de dar besos que lo cambien por un baile. También que las posiciones a la hora de tener este encuentro que no sean de cara, pero en la práctica todo es muy diferente”, detalló Natalia Quirós, quien les brinda un acompañamiento psicológico esencial desde Casa Esperanza.

Si bien se intentan seguir estos protocolos, ambas dicen que las circunstancias son difíciles a cualquier otro trabajo y muchas veces deben ceder a deseos del cliente, con tal de recibir la paga.

En tiempos donde el mundo pareciera irse poco a poco por hueco, con un final incierto, las dos expresaron su deseo de dejar el oficio sexual y poder dedicarse a otras labores.

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