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¡Quiero que me pida perdón!

Beatriz Cascos para El Observador Cuando los parques estaban llenos de niños y niñas que corrían en todas las direcciones…

Por Desde la Columna

Tiempo de Lectura: 3 minutos
¡Quiero que me pida perdón!
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Beatriz Cascos para El Observador

Cuando los parques estaban llenos de niños y niñas que corrían en todas las direcciones jugando y creando su mundo paralelo lleno de sentido, aunque los adultos desde la banca a veces no podamos descifrarlo…. se escuchaba con frecuencia, después de un altercado: “¡pídame perdón!”.

Por alguna razón enseñamos a los niños y las niñas desde muy pequeñitos, que cuando peleamos debemos “pedir perdón”.

Así que, obviamente ante cualquier conflicto, en la primera infancia, egocéntrica por naturaleza, el cachorro humano piensa: “usted debe pedirme perdón, porque yo soy el centro del universo”.

Y básicamente este “perdón” lo utilizan como trueque: como un código en realidad, que les indica que pueden seguir jugando juntos después de pronunciarlo.

¿La prioridad es pelear? No, es jugar

Porque sí, queridos amigos lectores, la prioridad de los niños, después de un calentón por un juguete o por bajar el primero por el deslizadero del parque, es seguir jugando con los demás niños del lugar.

Todos podemos visualizar ese momento en el que Manuel y Teresa se enzarzan en un “yo primero”, y acaban perdiendo los papeles.

Ante ellos intervenimos súbitamente los adultos, para decirle a nuestro cachorro en un acto de civismo maravilloso y, según nosotros, enseñarlos el valor inmenso de la disculpa: “Venga Manuel, pídale perdón a Teresa”… a lo que el cuidador de Teresa responde con cortesía superlativa: “Venga Teresa, pídale perdón a Manuel”.

Y nuestros pequeños, intercambian los votos, intuyendo que es un código secreto, que les permitirá seguir jugando.

Así que, cuando vuelve a suceder, en el parque, en el cole, o en el barrio…. nuestros niños, emborrachados del deseo de querer seguir jugando, se dicen “pídame perdón… o era que yo se lo pedía a usted?”.  Vaya tirabuzón que les hemos regalado, con muy buen corazón, pero amigos…. a disculparse, no se enseña así.

Cuando de verdad queremos enseñar a los niños a disculparse ante un error, una equivocación, que es la fuente más inmensa del aprendizaje, es fundamental que les enseñemos que nuestra disculpa debe ser una ACCIÓN.

No podemos dejar el sentido de algo tan valioso en una palabra, que el viento manosea, y que en primera infancia podría ser “perdón”, o “balón”, “camión”, o “tiburón”.

Les sugiero que cuando la oportunidad llame a la puerta, en ese parque, en ese cole, en ese instante, le digamos a Manuel y a Teresa: Pregúntale a ese niño: ¿qué puedo hacer para que te sientas mejor?

¿Quieres que te deje solito, necesitas un poco de agua, te gustaría un abrazo, o te regalo este trozo de chocolate?

El perdón, la disculpa, es acción.

Porque lo que queremos es enseñar a los niños y niñas, que más allá de las equivocaciones, siempre podemos HACERLO mejor. Que el otro merece mi atención, mis esfuerzos por hacerlo sentir que para mí tiene un valor, desde la sencillez de mis ideas; que en muchas ocasiones el perdón, es sólo darle ese pedacito de mí, que significa que estoy dispuesto a dar un paso al frente y asumir que ese dolor, me concierne, me corresponde, y estoy dispuesto a sostenerlo resarciendo una parte de mí.

Terminamos entonces este momento, entre usted lector, y yo; sin pedirle perdón, por robarle el tiempo en esta ocasión, mas sí preguntándole:

¿Qué puedo hacer para que se sientas mejor?