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“Piaf, voz y delirio”: Cantar para resistir, amar para vivir

Mariana Sáenz Mora para El Observador Una expectación totalmente afanosa se personificaba en cada uno de los visitantes que entraba…

Por Redacción El Observador

Tiempo de Lectura: 4 minutos
“Piaf, voz y delirio”: Cantar para resistir, amar para vivir
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Mariana Sáenz Mora para El Observador

Una expectación totalmente afanosa se personificaba en cada uno de los visitantes que entraba a tomar asiento anoche para la primera función del musical biográfico “Piaf: voz y delirio”, en el Teatro Popular Melico Salazar.

El imponente telón de boca cerrado dejó traslucir un letrero neón que decía: “Olympia”. Al abrirse descubrió, en instantes, un escenario impoluto de detalles; una ambientación ingeniosa que nos llevaría de los años 20 a los 50, en un abrir y cerrar de ojos, durante más de 15 canciones.

Una Edith Piaf encorvada y con una copa en mano, interpretada por la espectacular Mariaca Semprún, hacía la introducción a un breve recorrido de su vida abriendo con la poderosa canción “Les Amants D’un Jour”, para luego arrojar la copa con el mismo desprecio que la muerte se paseaba ante sus ojos infinidad de veces.

De inocencia, de sueños

Y entonces, en la ventana de la que era su casa, apareció una Edith Piaf aniñada; llena de inocencia; absorta en sus sueños y en incomprensión de los primeros robos de la vida. Ahí estaba cantando con el entusiasmo de un niño libre la primera canción que aprendió: “La Marseillaise”.

La figura evolucionaba a una chica que se peleaba con la vida a punta de garganta en las calles de Paris; un escenario del que nunca dejó de estar enamorada.

Entre canción y canción se empezaba a ver la personalidad de un gorrión  testarudo que vivía tumultuosamente desde la primera vez que inhaló el aire de este mundo.

Para Piaf la música era poesía tras bastidores, que se contoneaba en los teatros donde reinaba la belleza y la ilusión. Poco a poco se iba entonces contando su evolución a los teatros de las manos de su mentor Louis Leplée propietario del cabaret Gerny’s , quien falleció y la obligó a enfrentar a lo que más huyó toda su vida: la soledad.

Entonces los fantasmas del pasado volvieron como sedantes dolorosos y angustiantes a los que siempre buscó ahogar.

Tan íntimo, tan real

Las ambientaciones de un escenario dinámico y desmontable, decorados con tapices de la época y mobiliario recrearon un ambiente, tan real, que parecía que cada uno de los ahí sentados husmeábamos por las ventanas de la vida del Gorrión.

Y los bailes, las canciones y las charlas se fusionan tan bien que de vez en cuando al fondo del escenario aparecía una pequeña orquesta de siete músicos que impresiona.

“Hymne à l’Amour”, “Milord”,  “Mon Dieu”, “Je Ne Regrette Rien”, “La Vie En Rose”, “Mon Monage a Moi”, “La Foule” y “L’ Accordéoniste” iban transcurriendo.

Entre una y otra contando la infinidad de amores extraños de Edith. La inevitable pared con la que se estrella su existencia por el amor de Marcel y su inevitable pérdida, cuando inicia la decadencia casi suicida. El convivio eterno con el ensañamiento de la muerte de quitarle todo aquello que ella amara.

La trasformación de Semprún en Piaf se refleja hasta en el lenguaje corporal, sus poses únicas para cantar con sus manos en los costados, su rostro siempre melancólico y esa devastadora soledad, aunque estuviera rodeada del mundo entero.

Este musical no solo devela de una manera, más que fascinante, la fabulosa voz de Piaf, sino que muestra su lado más humano y simplista. Resumiendo su interés por amar a toda costa, sus rebeldías y osadías en periodos de guerra.

Una obra musical y escenográfica que es rica en introspección, lo que ganó una compenetración contundente en un público que no pudo evitar ovaciones de pie durante minutos.

Fotografías: Interamericana de Producciones para El Observador.

Aun quedan dos funciones de “Piaf, voz y delirio”. Lea los detalles en haciendo clic en “Piaf, voz y delirio”: un musical que estremece”