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La noche en que Ara Malikian sacudió, dulcemente, todas las cabezas

Una sencilla y puntual luz azul violeta caía sobre el piano negro, tan negro como por naturaleza lo es un…

Por Ana María Parra A.

Tiempo de Lectura: 5 minutos
La noche en que Ara Malikian sacudió, dulcemente, todas las cabezas
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Una sencilla y puntual luz azul violeta caía sobre el piano negro, tan negro como por naturaleza lo es un teatro a oscuras.

Notas melancólicas desde aquel breve fragmento de piano solo que hacía Iván Gonzalez Lewis daban por comenzado el “Royal Garage World Tour” que llegaba al Teatro Popular Melico Salazar, sin haberlo planeado ni querido, dos meses después de lo previsto.

La lamentable cancelación que en junio pasado tuvo el concierto, cuando en una violenta caída al bajar del avión Ara Malikian se rompió los tendones de su hombro, quedaba en el pasado. Tan solo era esa noche, un antecedente. La deuda: estaba siendo mas que saldada.

Y no fue para nada una noche común, ni un concierto común ni una banda común, ni muchos menos, un violinista tradicional.

Ara Malikian rompió todos los moldes, removió los más viejos conceptos de la ejecución y hasta las tradicionales ideas sobre la música, la migración, la fusión, y hermanó la seriedad con el humor.

Tocar con todo lo que se es

Cuando aquella única luz sobre el piano del escenario fue pasando, sutilmente, a una gama de colores, el ojo capturó las imágenes de la banda completa de Ara Malikian.

Anna Milman Moshchenko en el violín; Georvis Pico Milian, en la bateria; Cristina López Garrido, en el violoncello; Humberto Armas, en la viola; Iván Ruiz, en el contrabajo; y un brillante Tony Carmona, en la guitarra eléctrica cuando la urgencia era hacía el rock y la fusión jazz, y en la acústica cuando el tema ameritaba el ser sutil.

Ara Makikian no hizo una salida grandilocuente al escenario; sencillamente apareció dejando ver esa estética exótica e irreverente que tiene por naturaleza. Un esmoquin sin mangas, notorias solapas rojas, tatuajes a vista y paciencia, lo mismo que la negra y abundante melena. Él, tan él.

Contar el cuento, tocar del cuento

Conversador, así es Ara Malikian. Expuso pasajes de su vida cual libro abierto y desde el minuto cinco en que acabó el primero de los temas tomó el micrófono para contar sus cuentos, historias, anécdotas.

A cada compartir historias iba armando en la cabeza de cada quien la película personal de la vida de este músico nacido en Beirut y un poco ciudadano del mundo: vivió en Alemania, en Francia, ha andado media vida de nómada por el mundo y está radicado en España.

Así, el “Royal Garage World Tour” era un libro de vida sonoro, una novela corta de pasajes de la vida de Malikian, narrada musicalmente con temas vinculados a muchas etapas de su vida.

Lo mismo arrancaba risas, con su forma serena y dulce de hablar que aplausos y ovaciones con su velocidad y precisión en el violín.

En el entretejido de historias de vida y música aparecieron sus pasajes de cuando vivía en Alemania, y no hablaba nada bien el idioma, y un malentendido lo llevó a tocar cuatro años en bodas judías. De ahí se desprendió su tema “Pisando flores”.

La composición fue reconocida por varia gente del publico porque al escuchar el título, estallaron en gritos y aplausos.

De su participación al lado de un grupo de Noruega, donde tocaba disfrazado de castor, dejó sonar lo que él titulo: “In Memorian Castorius Dubi Dubi Du”. Que fue el tema que compuso cuando su terapeuta francés le indicó que debía “asesinar” su alter ego de castor para seguir adelante. Es que Ara “amaba” su personaje de castor.

De rock y sinfonías

Vino entonces una ejecución que removió las fibras de los más roqueros y quizás dejó atónitos a los más conservadores: su versión sinfónica roquera de “Sweet Child O’ Mine” de Guns N’ Roses, en la cual, con un negro sombrero de copa y terciopelo, rindió homenaje a Slash, el feroz guitarrista de Guns.

“Después de la muerte de mi castor necesitaba otra referencia y yo pensaba que era Slash”, contó y el público soltó la carcajada.

Los coloridos relatos del mundo Malikian continuaron, y esta vez, para compartir que un día, durante un ensayo de la sinfónica a la cual pertenecía, entró en aprietos cuando le preguntaban de qué luthier era su violín. El suyo era una violín humilde y ante la insistencia inventó que era marca Ravioli y encima, de un tal Alfredo.

Para sujetar su dulce mentira empezó a contarle historias a la gente de aquel Alfredo Ravioli producto de su imaginación y quién, según su fantástica mente, se había retirado en La Patagonia para bailar milongas y tomar mate. Entonces compuso “Las milongas de Alfredo Ravioli” que entregó en el Melico.

Las risas volvieron luego con su tierna historia de cómo había fallado en su intento por conocer e impresionar a su admirada cantante Björk, durante un vuelo de 14 horas. Se intoxicó en el viaje con un arenque y jamás pudo impresionarla así que en recuerdo de ese sueño que no ha podido cumplir hizo su versión de “Bacherolette”.

Con “Aliens Office”, su composición, recordó su época de habitante en Europa donde había una oficina para los inmigrantes con ese nombre.

“Todos somos iguales, no importa lo que diga tu pasaporte porque la migración ha existido desde el principio de los tiempos.” Los aplausos le dieron la razón sobre su teoría.

Y luego volvió a esas filas del rock que lo han marcado a él, a su banda y a tantos músicos más allá de sus tendencias de trabajo. Tocó una espectacular versión del clásico “Kahsmir” de Led Zeppelin.

Piel, recorrido y ovación

Desde la escalinata izquierda del escenario, Ara Malikian empezó a descender, lentamente, esta vez con el torso desnudo, hacía la planta baja del Melico Salazar.

Dedos y manos le arrancaban al violín la melancólica melodía de “Yumeji’s” -tema del filme “Deseando amar”-. Y sinuoso se metía entre las butacas de la alfombra zona estelar del teatro hasta llegar bordear el perímetro y ascender por la escalerilla derecha del escenario.

Así, de vuelta en las mismas tablas que le tuvieron por hora y 50 minutos encantado al Melico, Ara Malikian se despidió. Él y su banda con manos arribas y reverencias; el público aplaudiéndole de pie. Una ovación para quien esa noche sacudió todas las cabezas en un mismo teatro.

Fotografías: Interamericana de Producciones para El Observador.