Desde la columna

La mejor ayuda del Gobierno… permitirnos trabajar

Por Martín Zúñiga M. Economista La pandemia del Covid-19 nos llegó en momentos en que nuestra economía ya estaba enferma y…

Por Desde la Columna

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La mejor ayuda del Gobierno… permitirnos trabajar
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Por Martín Zúñiga M. Economista

La pandemia del Covid-19 nos llegó en momentos en que nuestra economía ya estaba enferma y bastante debilitada. Años de irresponsable endeudamiento público llevaron el déficit fiscal y el endeudamiento total del Estado a niveles peligrosamente altos, síntomas de una enfermedad más profunda que afecta la estructura de la economía y demanda medicinas de amargo sabor para todos, y que ningún político se ha animado a liderar para no arruinar su caudal de votos.

Cuando el virus que provoca la Covid-19 aterriza, Costa Rica se asemeja a unos padres que han gastado demasiado en cosas superfluas y ahora no tienen recursos ni para las medicinas más básicas de la familia. Entonces, nos tenemos que hacer la pregunta obligada: ¿podemos esperar alguna ayuda del Estado para sobrevivir esta crisis?

Es usual esperar que el Estado apoye a sus ciudadanos en tiempo de crisis, ya por calamidades naturales o bien por situaciones de urgencia económica, para evitar daños mayores y, como acto solidario que forma parte del contrato social no escrito, pero, que nos une como sociedad. Hasta los gobiernos más corridos hacia la derecha echan mano a un “socialismo solidario” para reducir el riesgo de calamidades sociales.

Por eso, como parte de la atención de la pandemia, el gobierno de Estados Unidos envía cheques directamente a cada uno de sus ciudadanos y, la Reserva Federal apoya a las empresas comprando, aunque con dinero inorgánico, bonos corporativos por miles de millones de dólares, dotándolas de efectivo en el momento que más lo necesitan.

Por su parte, la Unión Europea aprobó un fondo de 750.000 millones de euros para ayudas directas a los diferentes países, de los cuales, 390.000 millones se distribuirán como fondos no reembolsables que los países usarán a su discreción para mitigar el impacto de la Covid-19.

¿Puede el Estado costarricense hacer algo siquiera proporcionalmente semejante? La respuesta es lapidaria, no, no puede. El Estado costarricense ya se gastó grandes cantidades de dinero en gastos corrientes, se endeudó para pagar una planilla gigantesca y miles de otros gastos que no generaron ningún rédito. Se volvió a endeudar, y sigue haciéndolo, para poder pagar intereses sobre esa deuda que adquirió, y más planilla, en un círculo vicioso que nos arrastra hacia un desastre.

En esa coyuntura ¿Qué puede hacer el Estado para evitar un mayor daño a los ciudadanos afectados por la pandemia? De seguro lo mejor sería una reestructuración completa que acabe con instituciones inútiles y planilla excesiva, reduciendo el gasto a niveles razonables, y haciendo un Estado más eficiente. Pero, eso sería mucho pedir en momentos en que las medidas se requieren para ayer.

Entonces, de nuevo ¿En qué puede ayudarnos el Estado, dada esta imposibilidad de apoyarnos directamente? En lo único que puede ayudarnos el Estado en este momento es en dejarnos trabajar. No cerrar la economía hoy sí, y mañana no, en un juego imprevisible donde se hace imposible para cualquier empresa planificar operaciones, y donde los más pobres se encuentran desesperados por su imposibilidad de ganarse el pan de cada día.

¿Es esto negar la pandemia y su impacto? De ninguna manera, por el contrario, es reconocer su existencia y la necesidad de adaptarnos creativamente a la nueva realidad que esta nos impone para sobrevivir. El Ministerio de Salud y la CCSS han hecho un extraordinario trabajo para atender la pandemia, pero, no pueden darnos de comer. Sin ayuda de nadie, más solos que nunca, las empresas y los trabajadores informales por igual, ya no soportan más tiempo con sus actividades cerradas. El objetivo era aplanar la curva, evitando saturar los sistemas de salud y a la espera de una vacuna. Después de seis meses no vemos la luz en ninguno de ellos, y la dinámica del virus parece cada vez más esquiva para vencerlo definitivamente.

Lo anterior somete a la sociedad global, pero, particularmente a Costa Rica, cuyo Estado enfermizo no puede ayudarnos en mayor cosa, a una negociación entre la seguridad de quedarse en casa, y la urgencia de obtener ingresos para continuar con la vida.

Si existiera alguna luz acerca de cuándo habrá una vacuna o se alcanzará inmunidad de rebaño, los gobiernos podrían planificar cómo sobrevivir en este periodo; pero, como nadie tiene esa respuesta y, lo único que sabemos es que ninguna de las dos cosas sucederá en el corto plazo, entonces esa negociación no deja opción, tenemos que salir a trabajar, poner en marcha la economía adaptándonos a una nueva vida con un enemigo acechándonos.

El Estado no puede seguir intentando cuidarnos, tampoco puede darnos de comer, hay que volver al trabajo y, como seres racionales y responsables, asumir el costo de respetar o no las normas de bioseguridad que reducen el riesgo de infectarnos y el costo social de que, eventualmente los hospitales no den abasto.

Seguro no es la mejor opción, pero, es la única que tenemos, ante un Estado enfermo que no puede hacer nada por nosotros.

 

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