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Algunas consideraciones sobre el saludo

Dra. Isabel Gamboa para El Observador Le he preguntado incontables veces a mis estudiantes -provenientes de varias carreras de todas…

Por Redacción El Observador

Tiempo de Lectura: 2 minutos
Algunas consideraciones sobre el saludo
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Dra. Isabel Gamboa para El Observador

Le he preguntado incontables veces a mis estudiantes -provenientes de varias carreras de todas las áreas de la Universidad de Costa Rica- acerca de la costumbre que tienen muchos hombres de besarlas en la mejilla y de abrazarlas o tocarlas en la espalda sin apenas conocerlas: todas, todas, me han dicho que les desagrada profundamente, pero que no saben cómo evitarlo.

El hecho de que sea posible que un hombre salude así a una mujer que le están presentando o que conoce muy poco, y el que entre hombres no se saluden de beso, no es natural, es cultural y se debe a que en nuestra sociedad las mujeres no valemos mucho como tales, así como valen los hombres, por el puesto que tienen, por su personalidad o por sus logros individuales.

Seguimos valiendo sobre todo por el cuerpo: sexual o materno. Por eso es un cuerpo tocable, porque no es para sí, es para los otros. Esta condición cultural en nada cambia debido a que la mayoría de hombres cuando nos besan sin apenas conocernos, lo hacen sin la intención consciente de menospreciarnos.

Se debe al hecho de que nuestra cultura está fundada en un contrato o pacto sexual-social, que otorga a los hombres el poder de intercambiar, material o simbólicamente, a las mujeres, como han estudiado teóricas como Carole Pateman y Gayle Rubin, por citar dos.

Pacto que incluye desde mantenernos fuera de espacios de poder, pasando por el acoso sexual, hasta el uso de la violación como una arma de guerra como lo demuestran los estudios de la Corte Penal Internacional. En otros, para ejercer un control cotidiano de la libertad de todas sometiendo el cuerpo a esa extrema brutalidad, como lo evidencian las alarmantes cifras subregistradas del Poder Judicial.

El contrato sexual se nota también en las pocas mujeres presidentas de alguna república, altas ejecutivas de grandes empresas, rectoras de universidades o premios Nobel; pero también en el hecho de que nunca veremos a un hombre atendiendo una gasolinera en pantalones cortos, ni lo veremos con un traje de baño de licra sacando los números en el cuadrilátero, ni tampoco a dos hombres, uno a cada lado, dándole un beso a Andrey Amador cuando gane otra etapa en el Giro de Italia.

¿Todo eso está relacionado con saludar de beso a una casi desconocida? Sí, es una pieza del dispositivo sexista.

A mis estudiantes hombres les digo que no besen ni toquen a una mujer con la que no tengan una relación de tal confianza, que aprendan a darle la mano. A mis estudiantes mujeres les aconsejo que no pongan el cuerpo con tal de no caer mal.

  

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