Apenas iniciaba a caer la tarde cuando las primeras personas llegaron al Parque Central de San José, con algún distintivo, un mensaje, un grito en apoyo a la lucha por los derechos de las mujeres.
Era 25 de noviembre, el día en que a nivel mundial se toman las calles en protesta por la violencia de la que miles de mujeres y niñas son víctimas a diario.
La convocatoria fue a las 5:00 p.m. A partir de esa hora San José empezó a llenarse de naranja y morado; de colores; de escarcha y un aire de lucha imposible de pasar desapercibido, que se extendía entre los vientos navideño.
Poco a poco una ola de banderas y carteles se adueñó de la Avenida Segunda, aunque generara la molestia de aquellos a quienes pareciera importarles más el tráfico que la lucha que ahí se retrató
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Pitidos por aquí y por allá. Pitidos que no generaron ningún efecto en las cadenas humanas que se encargaron de cerrar el paso a los carros y abrírselo a personas que se movilizaron desde diversos lugares del país.
La marcha dio inicio: pañuelos morados y verdes en el cuello y los brazos; caras y cuerpos pintados; grandes mantas que exigen igualdad; madres con sus hijos en brazos, parejas, familias, estudiantes, mascotas. Todas encajando en una misma causa.
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País hermano, causa hermana
A la actividad se coló también la gigante bandera de Nicaragua, sostenida por hombres y mujeres del país hermano que alzaron su voz por la libertad de cinco presas políticas del régimen de Daniel Ortega.
“Las mujeres nicaragüenses levantamos la voz por las mujeres a las que el régimen encarceló. Pedimos libertad por las presas políticas y libertad para Nicaragua”, dijo Marianela Castillo, activista nicaragüense.
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Los cánticos de los diferentes grupos sociales y organizaciones se encargaron de ponerle ritmo a la caminata, con la música de fondo de cantantes latinoamericanas como Ana Tijoux y Rebeca Lane.
“Estos ojos son míos. Este cuerpo es mío. Esta vida es mía. Ni tus golpes ni tus palabras me lastiman”, rezaba una canción de la guatemalteca Rebeca Lane a todo volumen.
Las asistentes llegaron de todas partes del país. Tal es el caso de la Red de Mujeres Rurales, que aglomeró a mujeres de zonas como Montezuma y Osa. Aida Alvarado viajó desde Santa Rosa de Piedras Blancas, para luchar “por la protección de sus cuerpos y las semillas”.
“Las semillas son el sustento de la vida. Estamos en amenaza porque quieren patentarnos las semillas, esas que han estado desde el antepasado en manos de las mujeres”, dijo Alvarado, quien se manifestó enérgicamente en contra de los transgénicos.
También marcharon otras organizaciones y movimientos como Ni Una Menos, Aborto Legal Costa Rica, Chicas Al Frente, entre otros.
“Es importante manifestarnos contra la violencia estructural y sistemática, en un Estado que no protege a las mujeres, y además transgrede los derechos sexuales y reproductivos”, explicó Laura Valenciano, de la Asociación Acceder y parte de Aborto Legal
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El inicio del fin: la lucha por tumbar el machismo
Alrededor de las 7:00 p.m., luego de un kilómetro de recorrido, la Plaza de la Democracia esperaba con los brazos abiertos a quienes marcharon este lunes.
También las esperaba Eva, Kaithy, Brithany, Odalia, Seidy, Maribel, Gladys, Heisel, Yesika, Mirlene y Marianela; a quienes asesinos les arrebataron la vida. Esperaban ellas 11, retratadas bajo la pluma de varias mujeres artistas del país y rodeadas de flores y velas.
“Lo que no se nombra no existe”, es una de las consignas más utilizadas por los movimientos feministas. Y es, justo por esto, que decenas de personas gritaron el nombre, con rabia y sed de justicia, de las mujeres asesinadas una y otra vez.
¡Eva, 19 años! ¡Ni una menos! ¡Kathyn, 3 años! ¡Ni una menos! ¡Britanny, 17 años! ¡Ni una menos!
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Fue ahí, en la Plaza de la Democracia, donde al machismo más le temblaron las canillas: decenas de mujeres agarradas de la mano, bailando al son de los cánticos feministas que exigían ¡ni una menos!
Fue ahí, al frente del edificio donde se abolió el ejército de Costa Rica, que la violencia se dio cuenta que va perdiendo la batalla.
El abuso y la masculinidad tóxica se dieron cuenta que hoy cada vez son más las que se unen al gigante círculo sororio que se balancea con lamento, pero también con esperanza de un lado al otro: decenas de compañeras danzando juntas de la mano con un objetivo común: vivir en plenitud e igualdad.
La fuerza y determinación se respiraron a montones. La empatía con la de al lado y las ganas de seguir luchando se sintieron en el ambiente. Bastaba con ver los ojos aguados de muchas personas, sintiendo el coraje y el deseo de cambio correr por las venas.
La violencia y el machismo se tambalean, en una cuerda que cada vez es más floja; movidos por una fuerza que tarde o temprano los botará: el feminismo.
Tiemblan porque saben que se acerca el día en que tendrán su punto final, y esta vez no serán ellos quienes lo escriban.
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